domingo, 1 de febrero de 2015

La toalla

Blanca tiene un perro negro encima de ella. Un perro que la acompaña a todos lados y que no la deja respirar, hasta el punto que casi se ahoga.
Ese perro apareció un día en su vida y desde entonces no la ha dejado sola. Como todos los perros, éste también ha ido creciendo, aunque al contrario de los perros normales, no se alimenta de pienso. Se alimenta de Blanca.
La empuja cuando tiene un día malo, y tira de ella cuando el día es bueno. De tanto tirar y empujar Blanca ha decidido dejar de luchar, es demasiado cansado. Ahora se deja llevar por su compañero, que ha conseguido hacer con ella lo que quiere.
Muchos días quiere que los dos se queden juntos en la cama, sin salir para nada. No le importa que Blanca tenga trabajo o que sus amigos la echen de menos. Él se alimenta de sus lágrimas y le gusta acurrucarse en su pecho para dormir aunque ella no pueda conciliar el sueño, ya que es tan grande que le corta la respiración.
Su familia no entiende por qué Blanca sigue con ese perro, cómo no es capaz de pedir ayuda y domesticarle. No ven que se ha acostumbrado a él, que es el único que la acompaña en los días malos, y que si pide ayuda todo el mundo sabrá lo mal que lo ha hecho, que ni siquiera sabe cuidar a un perro.
Pero los días van pasando y Blanca cada vez se encuentra peor. El perro ya no se conforma con estar con ella en la cama algunos días, la quiere toda para él. Ni siquiera la deja comer, y apenas dormir, y las fuerzas se agotan.
Después de varios días así, hay que tomar una decisión. No sabe a quién pedir ayuda, esas cosas no salen en las páginas amarillas, e Internet sólo le dice cosas raras.

Al final ha encontrado a alguien que le puede ayudar. En la puerta pone "Salud Mental", y tras sus puertas se presentan como un equipo, formado por diferentes especialistas. Cada uno le da una parte de la ayuda, y entre todos han conseguido controlarle. Ahora Blanca sonríe, y ha encontrado la forma de empezar a luchar. Sabe que es imposible deshacerse del perro de golpe, pero sí puede aprender a domarle. La psicóloga le ha dado una correa, y ahora es ella la que le va guiando por donde quiere ir, manda ella.

Por fin pudo ponerle nombre al perro. Le llamó DEPRESIÓN