viernes, 17 de julio de 2015

Desprecios

Debería seguir publicando entradas de casos, contar cómo la mente, en ocasiones, nos juega malas pasadas. Pero hoy la mala pasada me la ha jugado un hospital. 

Desde hace casi dos semanas estoy esperando respuesta del grupo hospitalario Quirón para entrar a trabajar con ellos en su unidad de TCA, como responsable del hospital de día. Es una noticia estupenda, podría desarrollar grandes proyectos con las pacientes y sería un gran avance profesional. 
Durante la entrevista, además, no surgieron temas delicados, parecía que el puesto estaba hecho prácticamente a mi medida. 

Sin embargo, me preguntaron cuánto esperaba cobrar. Empezando por el hecho de que era un contrato de tipo mercantil, donde tenía que ser yo la que se pagará autónomos (cuota mensual de 260€), y teniendo en cuenta que resido casi a 40 km del centro, calculé que para poder meter a final de mes algo de dinero en mi cuenta el salario debía rondar los 650€, una cantidad que tampoco es que considere excesiva, sobre todo dada mi formación académica.

Casi dos semanas de espera después, me comunican que, si bien mi formación y experiencias laborales son adecuadas para el puesto (tengo mi grado en psicología y voy por el segundo posgrado, además de experiencia laboral como psicóloga desde tercero de carrera, ejerciendo actualmente en una consulta privada), no tenían pensado pagar tanto dinero, esperando poder pagar a un responsable de unidad 400€ por 20 horas semanales de trabajo. Dentro de esas 20 horas había que hacer de todo lo que se necesitase, fuese o no trabajo de psicólogo.

Sin entrar a juzgar la explotación laboral que supone tener a un responsable de unidad cobrando ese sueldo, me permito analizar los que habrían sido mis gastos mensuales sólo para acudir al centro:
-260€ de cuota de autónomos
-50€ semanales de combustible diésel para mi coche (y dando gracias que es un mechero)
-Gastos en ropa, comida y calzado a largo plazo, que no incluyo porque tengo la rara manía de estar vestida en casi todo momento, incluso cuando no voy a trabajar
-Seguro de responsabilidad civil (1€ al mes)
-Colegiación obligatoria (200€ al año, 16,70 al mes)
Si sumamos sólo autónomos y gasolina, y obviando el seguro y la cuota de Colegiación, que ya estaba pagando por mi trabajo en mi consulta privada, ganaría por 20 horas a la semana 90€.

No sé si habrá alguien que quiera doblegarse de esta forma ante un grupo hospitalario con la fama que tiene Quirón, que es enorme y bien merecida, pero que si bien no duda en cobrar 15000 por una intervención quirúrgica, a los profesionales los explota por 400 cochinos euros. Yo, personalmente, me niego.

Tanto por mí como por mis pacientes. Ellos son los primeros que tiene que saber en qué condiciones están siendo cuidados, y por qué su psicóloga no se queda el tiempo que sea necesario, fuera de su horario, para ayudarle. Es porque tiene que seguir trabajando, en un McDonalds, para poder comer y no caer también enferma.


miércoles, 11 de marzo de 2015

11 de Marzo

Como casi todo el mundo, me acuerdo de qué hacía la mañana del 11 de Marzo de 2004 cuando me enteré de los atentados.
Tenía poco más de 12 años, y estaba en la cama de mis padres, con un pico de fiebre debido a una neumonía. Me acuerdo de que mi padre me había cambiado la cama para que mi madre pudiera vigilarme por la noche, y que aquella mañana, con 39 de fiebre, sólo quería dormir. Sin embargo, mi padre entró como una exhalación en el dormitorio, y con la radio en la mano sólo pudo decir: "Ha habido un atentado". No hizo falta más. Menos de media hora después, estaba en el coche con mi madre. Al pasar por la estación de Santa Eugenia, me hizo agacharme, no quería que viera nada. Pero miré. Miré como se mira en un accidente de tráfico, con esa atracción morbosa que te da saber que cerca de ti ha pasado algo gordo y que tú estás bien. No se me olvidará ver el tren, destrozado como si fuera un trozo de mantequilla al que alguien le ha quitado una parte.
Durante todo aquel día no me despegué de la televisión. Aunque los atentados de ETA eran algo que todavía estaban presentes, no viví el de Hipercor. No podía dejar de pensar en toda la gente que estaba en la calle, ayudando a los heridos, y en que algo dentro de mí sentía que tenía que ayudar. Dando mantas, agua o pañuelos, pero sentirme útil.

Desde aquel día tuve claro que hiciera lo que hiciera, quería estar preparada por si algo así volvía a pasar.


Han pasado 11 años de aquello, de aquella mañana en la que Madrid fuimos uno, en pensamiento, ayuda y angustia.
11 años en los que me he formado como he podido, sin olvidarme del mundo de la emergencia.

Hoy, 11 años después, he podido actuar. He presenciado un atropello, y por casualidades del destino, en el coche llevaba el material necesario para poder hacer una primera intervención. He curado una herida, que por suerte no era nada, y he estado ahí cuando se me ha necesitado.
Afortunadamente era algo leve, pero en el día de hoy ha significado más que la cura de un corte o el consolar a un niño.

Soy PSICÓLOGA DE EMERGENCIAS.

domingo, 1 de febrero de 2015

La toalla

Blanca tiene un perro negro encima de ella. Un perro que la acompaña a todos lados y que no la deja respirar, hasta el punto que casi se ahoga.
Ese perro apareció un día en su vida y desde entonces no la ha dejado sola. Como todos los perros, éste también ha ido creciendo, aunque al contrario de los perros normales, no se alimenta de pienso. Se alimenta de Blanca.
La empuja cuando tiene un día malo, y tira de ella cuando el día es bueno. De tanto tirar y empujar Blanca ha decidido dejar de luchar, es demasiado cansado. Ahora se deja llevar por su compañero, que ha conseguido hacer con ella lo que quiere.
Muchos días quiere que los dos se queden juntos en la cama, sin salir para nada. No le importa que Blanca tenga trabajo o que sus amigos la echen de menos. Él se alimenta de sus lágrimas y le gusta acurrucarse en su pecho para dormir aunque ella no pueda conciliar el sueño, ya que es tan grande que le corta la respiración.
Su familia no entiende por qué Blanca sigue con ese perro, cómo no es capaz de pedir ayuda y domesticarle. No ven que se ha acostumbrado a él, que es el único que la acompaña en los días malos, y que si pide ayuda todo el mundo sabrá lo mal que lo ha hecho, que ni siquiera sabe cuidar a un perro.
Pero los días van pasando y Blanca cada vez se encuentra peor. El perro ya no se conforma con estar con ella en la cama algunos días, la quiere toda para él. Ni siquiera la deja comer, y apenas dormir, y las fuerzas se agotan.
Después de varios días así, hay que tomar una decisión. No sabe a quién pedir ayuda, esas cosas no salen en las páginas amarillas, e Internet sólo le dice cosas raras.

Al final ha encontrado a alguien que le puede ayudar. En la puerta pone "Salud Mental", y tras sus puertas se presentan como un equipo, formado por diferentes especialistas. Cada uno le da una parte de la ayuda, y entre todos han conseguido controlarle. Ahora Blanca sonríe, y ha encontrado la forma de empezar a luchar. Sabe que es imposible deshacerse del perro de golpe, pero sí puede aprender a domarle. La psicóloga le ha dado una correa, y ahora es ella la que le va guiando por donde quiere ir, manda ella.

Por fin pudo ponerle nombre al perro. Le llamó DEPRESIÓN


lunes, 26 de enero de 2015

Lágrimas

Las lágrimas se escapan de sus ojos delante del grupo. Sin control, como si alguien hubiera dejado un grifo mal cerrado, las lágrimas ruedan por sus mejillas sin que a ella le importe ya.
Un efecto secundario de desnudar tu alma delante de desconocidos es que las lágrimas se vuelven algo común, una cosa más a compartir con las demás. 

Con un sollozo que brota de lo más profundo de su garganta se arremanga la camiseta, dejando ver unas pequeñas marcas, aún rosas, que cruzan su antebrazo. El pelo la tapa la cara, ocultando el rubor provocado por la vergüenza. No sabe qué hacer, sólo que no puede seguir así.

Amaya no quiere comer, y sus padres la obligan. No entiende que esa comida que tanto asco le da es más importante que las pastillas que toma por las mañanas, con un pequeño trago de agua. Aún no alcanza a entender qué es eso que dicen los médicos, cómo puede ser que esas piernas que ella ve tan gordas los demás las vean tan delgadas. La psicóloga habla de ingreso, pero ella sólo puede oír "lugar de engorde". Ha oído cómo tratan a las chicas como ella en esos hospitales. Las miradas de asco de las enfermeras, o lo que es peor, de lástima. No quiere que la tengan lástima, sólo quiere ser una princesa, como las de esas páginas web que no para de consultar. Las que son capaces de sobrevivir tomando sólo una manzana durante el día, o que han encontrado la manera de callar los gritos de hambre de su cuerpo a base de agua o ejercicio.

El grupo no puede dejar de mirarla. Ha sido la última incorporación, y todos saben por lo que está pasando. Todos han pasado por ese rechazo a la comida, y prácticamente todos han estado ingresados por lo menos una vez. Sin embargo, a diferencia de ella, ellos han acabado aprendiendo que tienen un problema. Las batas blancas lo llaman Trastorno de la Conducta Alimentaria, aunque para ellos sólo es su pesadilla, la que ha hecho que se queden solos, porque sus amigos no les entienden y en casa sólo ha provocado disgustos y peleas. Lo que ha hecho que también pierdan cualquier afición que no sea la de contar calorías o abdominales. 
El gusano que les obsesiona y que ocupa su cabeza todo el tiempo, sin dejarles disfrutar de su vida. De su adolescencia.


Amaya llora porque los demás se van a casa y ella se queda. Durante el próximo mes, el hospital será su casa, su cárcel. No tendrá apenas visitas, y lo que es peor, no podrá librarse de comer. Ya le han avisado de que la bandeja tiene que quedar limpia, y que no hay forma de esconder nada. Hay cámaras en las habitaciones y cerraduras en el baño. Después de comer tiene que estar en reposo absoluto, y la castigan si la pillan haciendo ejercicio a escondidas.

A los pocos días algo ha cambiado. Sigue teniendo el mismo asco a la comida y las mismas ganas de hacer ejercicio, pero ya no se siente tan triste. Cuando se ve, por la noche, reflejada en la ventana de la habitación, puede verse la cara más rellena, y los dedos le parecen pequeñas salchichas. Las piernas se le han hinchado, y cuando come piensa que no va a aguantar de lo llena que se siente sólo de oler la comida que la espera en el comedor. Pero a pesar de todo esto, empieza a ver algo de claridad. 
El ingreso le ha demostrado que tiene que hacer algo para que su vida cambie, porque sabe que por nada del mundo volverá ahí dentro, con una sola vez le basta. Ahora sólo le queda averiguarlo.

domingo, 18 de enero de 2015

Nuevos propósitos

Dicen que año nuevo vida nueva, y aquí estoy.

No soy de las que hacen propósitos de año nuevo, sobre todo porque tardo los incumplo en lo que tardo en tragarme la última uva, así que supongo que esto no se podría llamar propósito. 

He decidido darle vidilla al blog, sobre todo porque aunque hace dos años y medio (que se dice pronto) que empecé mi andadura como psicóloga la mayoría del tiempo me siento igual de perdida que al principio, aunque me toca disimular algo más, porque ahora tengo que saber sacar adelante los casos yo sola (aunque eso no quita que pida ayuda, ojo), y delante de los pacientes hay que transmitir seguridad y control de la situación.

Desde que le empecé hasta ahora me ha dado tiempo a acabar la carrera, hacer un experto en emergencias y empezar un máster que aparentemente no tiene nada que ver con el anterior, así que me va a costar algo más de lo normal juntarlos para poder sacar el máximo partido a todo lo que he ido aprendiendo por el camino, en las clases y sobre todo delante de los pacientes.

A partir de ahora no soy sólo una psicóloga, soy psicóloga en emergencias, crisis y catástrofes y estoy camino de convertirme también en terapeuta de familia.

Espero poder hacer algo útil con todo esto, poder cumplir las expectativas que me hice cuando empecé la carrera: poder ayudar a la gente.

A partir de aquí empezaré a colgar historias, anécdotas e incluso algún caso que pudiera resultar interesante, pero siempre protegiendo la confidencialidad.

Comenzamos




domingo, 24 de febrero de 2013

Segunda y tercera semanas

He podido comprobar en estas dos últimas semanas que mi vida de aquí a junio va a ser una completa locura.

También he podido ver que si trabajo duro y me olvido de algunas tonterías puedo lograrlo, aprender todo lo posible y salir con la sensación de que ha sido un tiempo aprovechado.

En estos últimos 10 días en el hospital he podido comprobar la forma de trabajar de cada uno, lo que se espera o no se espera de nosotros, lo que puedo hacer yo y lo que no está muy bien visto que haga.

Y he llegado a la conclusión de que lo que se espera de mí, sobre todo, es la iniciativa, las ganas de trabajar y el ponerme a ello sin esperar a que venga alguien detrás para darme permiso para hacerlo. Y la verdad es que eso me da más vértigo del que me esperaba en un principio, pero aún así, cuando estoy delante de un paciente haciendo lo que de verdad tengo que hacer, se me quitan todas las dudas y sé que estoy donde debería estar. Y esa sensación es increíble.

Por otro lado, parece que hay algo o alguien que quiere hacer que todo esto sea mucho más difícil de lo que debería, haciendo que me enfrente a situaciones a las que debería enfrentarme con calma y con la cabeza despejada, y no con mil cosas en ella, pero creo que estoy lista para enfrentarme a ellas y ver que, aunque duelen y destrozan, también consigo salir adelante, y veo que me voy haciendo más fuerte.

Además, en el trabajo-trabajo, en aquel que cobro, he descubierto que me he metido en medio de una pequeña familia que se ve interrumpida por la gente de arriba, pero que a fin de cuentas se apoyan los unos a los otros y siguen en contacto aunque ya no estén allí. Me gusta la idea de que estoy en un grupo que se preocupan los unos de los otros y que se apoyan y se siguen fuera del horario laboral, nunca pensé que eso podría pasarme a mí.

En fin, que aunque agotada y psicológicamente algo tocada, me veo capaz de llegar hasta el final con algo de trabajo.

domingo, 10 de febrero de 2013

Volver a ser patito. Primera semana

O lo que es lo mismo, ¡primeros 5 días de prácticas!

La verdad es que, como me está tocando compaginar el prácticum, el trabajo y la optativa tengo la sensación de que en lugar de 5 días en el hospital, llevo un mes.

Pero la verdad es que a pesar de la paliza que supone 15 horas de trabajo prácticamente continuo sé que está valiendo la pena, cada minuto.

Nada más llegar conocí a las que serían mis compañeras de aquí a Junio, aunque ya nos dijeron que nos iban a repartir, para que el mismo psicólogo del hospital no nos tutelara a todas.
A mí me tocó con una de las psiquiatras, y la verdad es que no podría estar más contenta. "Mi" psiquiatra y su compañera de planta, tutora de otras dos de mis compañeras, son dos mujeres que me tratan como lo que soy, una estudiante, resolviendo mis dudas, pero también me tratan como una profesional, me dan tareas y me van a permitir ser un poquito independiente, lo suficiente como para aprender con la práctica además de con la observación.

Actualmente estoy trabajando con niñas con TCA, o lo que es lo mismo, Trastorno de la Conducta Alimenticia, es decir, anorexia y bulimia nerviosas (por ahora no ha entrado ninguna con sobreingesta compulsiva y no se si habrá). Aunque sólo ha habido un día en el que haya podido entrar a la ronda de la mañana a ver a alguna de las niñas, sí que estoy estudiándome el funcionamiento del hospital desde dentro,  y sobre todo, el poderme estudiar las historias, la medicación que las dan, la dieta, sus conductas...

Podré tratar con ellas en poco tiempo, ya que me dejarán, junto con algunas de mis compañeras, realizar talleres de relajación y detención del pensamiento con ellas, esperemos que sea una herramienta que les permita mejorar no sólo físicamente, también psicológicamente, que para eso estamos nosotras allí.